lunes, 7 de febrero de 2011

EL PODER DEL ELOGIO

EL PODER DEL ELOGIO
Por: Mg. Francisco Chávez Tirado
                                                                                                                                                                          Email: frachatir1@hotmail.com

Hay una clase de hambre en cada uno de nosotros. Es el hambre del corazón, pero no es menos  real que el del estómago. Es la necesidad de aprecio y elogio. Pues tenemos una propensión innata de que se nos tome en cuenta por nuestros hechos y que sea favorablemente.

Nadie puede decir en que momento surge este hambre. Aun  podría ser que el primer llanto de un recién nacido sea su primer intento de llamar la atención y buscar reconocimiento. Y en los movimientos y gritos que son tan familiares para cada padre, son los llamados de -“hey mami, obsérvame”… “papi, mira esto”- que son tan importantes para el crecimiento apropiado para un niño como la comida y el abrigo que le proveen sus madres.

Nunca dejamos esta necesidad sin crecimiento, aun cuando seamos adultos podrán manifestarse en diferentes formas; desde los logros saludables de los triunfadores superiores a las necesidades enfermizas de los vándalos y psicópatas pidiendo a gritos ser reconocidos en su manera equivocada de actuar.
Pues puedo afirmar sin temor a equivocarme que el elogio hace mejores a los hombres buenos y peores a los malos.

La mayoría de nosotros parece haber nacido con una habilidad de disfrutar recibiendo elogios. Acaso, si ponemos nuestra mente en regresiva, recordamos con gratitud aquellas palabras de aliento o elogio que nos hicieron algún momento nuestro padre o madre como recompensa por haber hecho bien el mandado y sin renegar o cuando nuestra maestra o maestro de primaria nos ensalzó cuando hicimos bien un problema o ejercicio o cuando ya leímos pronunciando bien. Pues bien quizás el dar o hacer elogios  nos venga tan naturalmente, como una necesidad así como lo es la de recibir. Es tan simple creo yo, con un poco de disciplina y hábito elogiar a las personas y conseguir grandiosos cambios en la conducta o autoestima de nuestros hijos, alumnos y amigos. Sin embargo hay una serie de buenas razones para que quisiéramos desarrollar este trato.

PRIMERO: Tal vez el más importante, al elogiar a las personas nuestras mentes se retraen de pensar en nosotros mismos –ese sórdido sentimiento egoísta–. Se ha dicho que un hombre envuelto en sí mismo se convierte en un paquete insignificante. El pensar en las demás personas, hace que las cuerdas de este paquete se rompan y nos permitan empezar nuestro crecimiento.

EL SEGUNDO: Beneficio que cosechamos, es el hábito saludable de dar el lado bueno a las personas. Es tan fácil en este mundo crítico enfocar solamente lo negativo y siempre hay algo que llevar a este molino malicioso cuando no tenemos cuidado de recoger. No obstante siempre hay abundancia de los buenos granos esperando ser cosechados, solo tenemos que afinar nuestro buen sentido para así identificar las buenas cualidades y acciones de los que nos rodean para así elogiarlos.

EL TERCER: Regalo que está esperando a todos aquellos que dan reconocimiento y elogio, es la oportunidad de participar de las más delicadas creaciones  que el mundo ha producido, porque las más elevadas manifestaciones del genio humano se han hecho en alabanza a Dios y en aprecio por nuestro prójimo. Aquellos corazones están sintonizados para elogiar, hallan un espíritu más generoso en aquellas palabras de elogio.

Por estas y por muchas razones, sigamos adelante proclamando las palabras mágicas de elogios y de reconocimiento a las personas y en este proceso traeremos también la paz y la satisfacción “viviendo cada vez más cerca como humano…”. Elogiemos siempre las buenas acciones  ha fin de hacer mejores a los hombres buenos, y buenos y luego mejores a los hombres malos.

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